lunes, 28 de diciembre de 2015

Viajera

Un día tan largo como la tinta
de las noches color vestido caro,
un día tan largo compro y vendo:
te regalo las sensibles
y las tónicas rosas
(aún no resueltas)
Nunca nadie
las resuelve.
Un viaje eterno sin paradas ni repuestos
donde las ruedas son víctima de las sinestesias
donde mueren solas las mentiras famosas.
Nunca nadie
las mata.

sábado, 28 de noviembre de 2015

N

10:23. 9 grados. 10:23. 9 grados.
La niebla envuelve a lo que aún no tiene cuerpo y nos hace creer que la melancolía nos ayudará a reforzar esas partes de nuestras vidas que siguen en el aire, amorfas pero latentes.
Él sabía bien de lo que hablaba.
Si me gusta la niebla no es solo porque esté horriblemente loca por las metáforas unamunianas, ni tampoco porque sea la nostalgia mi sentimiento preferido de entre los mil que quiero expulsar ahora de mi estómago. Si me gusta la niebla es porque se mete por todas las rendijas: todo lo ve, todo lo siente, todo lo aclara, todo lo enturbia a la vez. Me gusta cuando cabe entre los números del reloj digital de un autobús, porque entonces la veo, ahí, invisible. Veo cómo intenta esconderse sin éxito alguno.
11:52. 16 grados.
Mis canciones favoritas son las que imitan a la niebla y se meten entre las agujas de tu calendario. La música sabe bien de lo que hablo. Niebla particular, ella: conoce mis secretos, me busca las cosquillas.
Pero no podrá, no. No podrá conmigo.
A menos que venga desnuda.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Metafísica

Nada quiere acordar armonía con el hielo
-química cajón folia peine Venus-,
suena el rubor marítimo como en sus nubes
de espuma infinita, ardor algebraico, consuelo.

Nada puede afirmar que sus partes hicieron planos,
que pactaron con las agujas y los engranajes:
complemento de finalidad rompiendo dedos y baches
-serpientes tallos Evas Adanes-

Nada sin alma envidia a sus dueños
que no pueden comprar pasiones
con relleno.

Nada oculta saber que no sabe ni es
nadie
sin ella.

Spiegel

Saltan de Rusia a Groenlandia
gotas de sueño y angustia
de unos ojos antiguos
y juegan a la comba
con las mías, de ilusión con verdura,
sabor oscuro,
de primer plato, verdadera fachada, tú.
Siente envidia el poema en la pizarra,
viene a buscar al mío, que imita ya en sus figuras
el deseo sexual de los adolescentes.
"No" - les digo.
Imítense, jueguen, compartan.
Pero no suban la escalera.
No hay nada
mejor
que el cielo
de abajo.

Post

Toda ventana ha aprendido a soplar
para calmar sus celos.
Los cuartos donde lo hicimos nosotros
cuidan de los libros ahora.
Pierden la vida las motas de polvo,
única realidad física de un encuentro asqueroso
a la luz del día.
Cuántas notas mueren ahora también entre mis dedos
apelmazadas, como hojas de papel mojado.
Pero
nunca tuya la luz
nunca nuestras las notas.
Cuánta razón tenían aquellos poemas,
que jugaban a ser policías
en pueblos donde no existían los criminales.
Cuánta razón.
O razón, o vida.
Ventana, razón.
Luz, cristal, ventana.
Pero
nunca tuya la luz
nunca nuestras las notas.

Silla

A ti,
silla que ya sí sientes deseo sexual
por tus cargas:
marchita la grafía de su bien hecha partitura,
dame los restos de las palabras
que su infinito nunca expulsa.
A ti, que has hecho un pacto con el diablo
que hay a los dos lados de su columna:
-calor prestado y cobijo incómodo-
abraza sus piernas y envíale un motor
que será más para ti que para nadie,
que será más de lo oculto para ella.
A ti, que le regalas kilos de mentiras,
metros de hilo de película,
litros de planes
que se congelan
tras su lengua:
atrápala.

Tinto a tientas

                                 


   “Siempre sucede lo mismo. Llevas esperando un año entero a que ocurra; has preparado la sonrisa perfecta para ese momento, has entrenado a tus neuronas, has soñado incluso con la gloria en que dormirás la noche después de que eso suceda. Pero luego todo pasa tan rápido que ni te enteras. El momento que habías diseñado por trozos y milímetro a milímetro se burla de ti como en ráfaga, demostrándote una vez más que si somos algo no es más que animales que viven en una jaula cuya llave guarda el tiempo en su escote de mujer.”
   Así pensaba, llorando, el hombre del abrigo rojo, director general de aquella empresa fatal, minutos antes de que le arrestaran. Era aquel un sótano triste, propio de un edificio gris de extrarradio.
   Siempre había creído que si algún día les descubrían, el intentar esconderse aún más, bajo una presión mucho más cercana significaría una aventura que le cambiaría la vida. Pero cuán lejos estaba de aquella sensación de aventura ahora. Su imaginación había vuelto a discutir con la realidad. Tenía miedo.
   “Un divorcio no siempre es el mejor antídoto contra una vida de periódicos grises con manchas de aceite. Si unos ojos maquillados ya no te miran con la misma fuerza, siempre puedes refugiarte en el brillo de las luciérnagas. O en el de otros ojos. Si has traído al mundo a alguien para quien eres un perdedor, siempre puedes poner la excusa de la pecera de la vida: el dinero, la gran ciudad, el destino, las oficinas, y compensar la ausencia de la vida misma en ti mismo llevando a tu hijo al cine los domingos. Pero cuando sientes morir tu pasión por la buena redacción, ese cielo nublado de ideas por el que tú vas a luchar, para aclararlo y poder decir que ese azul tan limpio es obra tuya, cuando sientes que algo asfixia tu potencial y que esa asfixia alimenta a tu cuerpo pero no a tu alma, entonces estás perdido. Estás muerto.
   A menos que sigas a ese tipo, con esa misma expresión de miedo, de hastío, de hambre de metáforas.”
  Así hablaba el hombre del abrigo rojo antes de empezar a trabajar en aquella empresa clandestina, el mayor grupo de negocios ilegales de la ciudad donde vivía. Antes de ser su director había trabajado como periodista, hasta el día en que un vendedor ambulante quiso reconocer en sus ojos la necesidad de un vuelco para su corazón, de una aventura nueva, y le habló en voz muy baja de aquel sótano, de aquella empresa, de un puesto de jefe que había quedado vacío ante la dimisión de un buen hombre. De aquellas pasiones antiguas que ahora ya no eran más que polvo. Cenizas.
   Durante los dos años siguientes, la sangre del hombre del abrigo rojo se tornaba cada vez de un color más vivo. No tenía amor, no tenía amistades, pero había encontrado un modo alternativo de felicidad dándole pasión subterránea a quienes allí se la pedían. Al principio no hubo problemas. Pero la paradójica madre de la vida quiere siempre que esta sea caprichosa e indecisa: en un intento de desmantelar aquel proyecto comercial ilegal, un par de agentes de policía fueron asesinados brutalmente. La noticia hirió de muerte a la clandestinidad de la empresa, al hombre del abrigo rojo y a su familia. Sin trabajo, sin casa y sin corazón, arrastró su abrigo hasta llegar a uno de esos lugares que nadie conoce pero que todos los románticos adoran describir, en una tarde de otoño que calificaría un escritor como melancólica, un enamorado como lluviosa, un optimista como cálida, y una rata de laboratorio como lo que realmente era: húmeda y desagradable.
   Y es que el vino era la droga más fuerte y peligrosa de entre las ilegales en aquella nación, y la ceguera, su peor consecuencia. El color melocotón de los atardeceres en la costa con una copa de esta bebida llena de arena, los escalofríos que corren por las piernas durante ese primer trago donde ya se han dejado atrás las presiones, las sonrisas guardadas en el bolsillo del pantalón que solo con una caricia o con una botella salen a la luz. Todo eso ahora se antojaba como una lista negra de prohibiciones bajo multa grave. El vino había sido vida pura, y ahora seguiría siéndolo, pero con esa máscara de ladrón que tanto temen para con sus hijos los mejores padres de familia.

…………………………………………………………………………………………….

   El joven de la camisa blanca había sido el último cliente, ese mismo día. A punto de perder a su prometida y envuelto en la burbuja de la embriaguez provocada por algún licor barato, se dirigía al sótano prohibido con la intención de hacer ver a su chica que, aunque ella odiase todo tipo de drogas, el vino conservaba en su esencia un poco de esa magia infantil que tiene todo aquello que sigue virgen, como regalo de la Naturaleza, aislado del mundo exterior y del futuro incierto, fuerte pero inocente, portador de ilusión primitiva.
   La joven violinista de las mejillas rosadas había amenazado a su prometido con privarle de un futuro juntos si seguía teniendo el consumo de drogas en la cabeza. Para disculparse por un ataque de furia padecido la noche anterior, escribía una pequeña carta de amor en ese momento en que la muerte en forma de libertad llamó a su puerta.
   “Te deseo más que a todos esos semitonos que hacen chispas en cada melodía que interpreto. Temo que te vayas mucho más que a esas pesadillas donde descubren que la música es también una droga y soñar se vuelve a convertir en un castigo. Pero, si conmigo quieres ser eso a lo que tú llamas “príncipe” y a lo que yo llamo “hombre”, has de saber que amo mucho más la calma en tus brazos que la química artificial en tu sangre. Espero con angustia el día en que el amor y la verdad demuestren a todos que ellos pueden ser la única droga existente, derrumbar solos todos los edificios, que tienen la fuerza suficiente como para ser en su plenitud. Ansío las estrellas, ansío la verdadera vida, donde no hay más droga que el Arte, que lo salvaje, que tus ojos. 

                                                                                                           M”
   Así acababan su carta y su vida. Perseguido por la autoridad y con esa última botella de vino en su mano derecha, el hombre de la camisa blanca entraba en su apartamento y cerraba la puerta muy rápido, ante la mirada de asombro de ella.
   En los siguientes instantes todo quería suceder así, muy rápido. Pero el vino en sus cuerpos pulsó el botón de la cámara lenta: bajo el leitmotiv de los latidos agitados y con una banda sonora de golpes de “abran la puerta de una vez” repetidos, los amantes coloreaban de negro el final de sus vidas. Nunca nadie pudo inventar su muerte de una forma tan joven.
   Llega un momento de la vida en que la ceguera se apodera de las pasiones. Amor a ciegas, sobredosis de vino, pérdida de la visión.
   Camisa blanca, mejillas rosadas. Y, a tientas, morir.










                                                                       

jueves, 15 de octubre de 2015

Extraños o extranjeros

Tu biografía grita en colores
que eres un genio en la cocina
de sensaciones, cristales,
hojas de tela.
Demuéstramelo.
Hazme un diccionario de aromas
que me caiga encima con su peso
de mil recuerdos
fantasmas;
pasan los meses como sintagmas
por tu boca,
vuelven las uñas en espaldas que no hemos comprado:
antítesis, plurales.
Tu cara sabe a corrector líquido de errores
no marcados,
déjame que cambie el sentido a tu piel
para matar tranquila esos trozos de nuevo siglo
que no sabes que has perdido.
Qué bien te sientan esos miedos.

domingo, 11 de octubre de 2015

red

Qué agresiva la nube
cuando muerde el ardor tras la cortina
para colar la espesura
por alguno de los agujeros
que hacen de tu cabeza
un recuerdo que la tierra
llama
explosivos o amor.

Artículo

Los juegos de cama caen exhaustos
sobre el somier;
ha pasado, entre dientes,
otro día.
La ventana luce una gasa
que alguien le ha tejido;
han confiado, apagados,
en su noche de bodas.
Artículo sin prefacio escribe ella,
manzana con aliento de perro,
en un patio donde llueven semillas
que siguen sus pasos
y le roban los determinantes.

jueves, 10 de septiembre de 2015

miércoles, 19 de agosto de 2015

Train

Hay veces que hay que rellenar algunos huecos, borrar de la lista las consecuencias que manchan, disculparse, poner excusas, dar explicaciones. Sé muy bien lo que significa deberle una explicación a alguien, y os diré que, en la mayoría de los casos, no tenemos por qué aclarar a nadie por qué hemos hecho o no hemos hecho algo. Pero otra cosa muy distinta es saber tener cuidado con las explicaciones que nos damos a nosotros mismos. Esas que sí son necesarias para seguir viviendo. Enamoramientos en los que la balanza está visiblemente desequilibrada, días de locuras que pasan factura, vueltas a la misma manzana para no conseguir nada. Sabéis bien de lo que hablo. Creo, pues, que me debo a mí misma una aclaración de esas que se tatúan en la muñeca para que no se olviden nunca. Eso sí, de razón puede que tenga la misma cantidad que de equilibrio mental: ninguna. Pero, a lo mejor, queréis tomar nota:
Eso a lo que llamamos felicidad suena muy sucio en los labios de los que fuman mentiras. Las sonrisas de los paneles publicitarios y las guías de viaje no van a hacerme creer que ser feliz es alcanzar un nivel, una cima a la que se llega habiendo superado una serie de retos que se te cruzan: carrera, éxito, suerte, matrimonio, paternidad, qué sé yo. La felicidad tiene una cara de traviesa que acojona. La felicidad nos tiene a todos cogidos por ese poquito de madera de románticos que seguimos barnizando. La felicidad es como un déjà vu, como esos cuerpos que corren tras unos ojos de película americana en un aeropuerto, con ese "hey, vuelve, te necesito" que nunca podemos probar sin que haya peligro de humillación o de delito, a menos que seamos actores. La felicidad es "inserte aquí un sinónimo de efímero o rebelde".
Todos tenemos un punto débil, muy débil, que se llama "x", y que puede ser cualquier punto de nuestro cuerpo cuando estamos enamorados. Lo sabemos muy bien. Estamos de suerte, parece ser. La felicidad también se enamora, pero no de cualquiera. El día en que la felicidad se enamore de algunos ojos que no sean los del Caos, algún afortunado podrá tenerla de por vida consigo.
Pero al menos compartimos ese poquito con ella. Por eso nos quiere, a veces. Por eso nos acompaña, en ocasiones. También nosotros estamos enamorados del Caos.
Creo que todo esto no va a caberme en la muñeca.

Brücke

No te voy a pedir perdón.
Me ha sonado amarga tu voz
esta mañana,
por debajo de la puerta.
Estaba de oferta,
pero no estaba
en casa
de esa rubia de cara veloz
y de puertas abiertas.
No.
Tampoco te voy a pedir
que vuelvas mañana,
pero tengo otra oferta esta semana:
Voy a romper mi puerta en mil pedazos
i rre gu la re s
para que te cueste tanto hacer el puzle
como me ha costado a mí
echarte de menos.
Vas a olvidar que tengo un nombre
y una casa
que nada tienen que ver con tus entrañas.
Vas a ver que, libre, tú también me extrañas.
Me coloreas de nada. O de todo.
Voy a meterle
un gol
al arcoíris,
vas a morir de angustia
en mi pelo mojado,
vas a quitarte el velo
para volver a la vida cruda,
al frío del suelo.
Vas a volver a dar cuerda
al reloj que nunca funciona.
Pero esta vez vas a tocarle al tiempo las alas.
Créeme.

Altura y otros edificios

El taxista me ha preguntado
si eres actriz, puta o pianista,
-mujer de revista-
viviendo de costado
acostumbrada
a mis coches.
Tienes el problema,
la gran capacidad
de jugar a la vida con mis dados
de hacerme la cama en medio de un espasmo.
Sí, tranquila. Le dije que estás perdida.
Y en vez de cobrarme una fortuna
me invitó a escaparme por el desagüe de la gran ciudad,
tan parecido a la raja de tu camisa.
Tenías color de celos esta mañana.